OPINIÓN | Carlos Jaico: Liderazgo del nuevo contrato social

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Huaral Pe

La vida es un constante cruce de caminos. Es un discurrir continuo de decisiones que marcan para bien o para mal todos esos futuros que pudieron ser y no fueron. Los seres humanos gozamos de la libertad para obrar, pensar, tomar decisiones y vivir. Y es esta libertad para hacer, relativamente, lo que deseamos lo que nos convierte en humanos y nos diferencia radicalmente de los demás seres vivos tal y como explica el filósofo Fernando Savater en su obra Ética para Amador.

Pero también somos seres intrínsicamente sociales y, por tanto, dentro de cada uno hay una renuncia implícita de una parte de nuestra libertad personal en favor del grupo. Vivir en sociedad nos proporciona a los seres humanos ventajas indiscutibles, entre ellas la de aunar esfuerzos para lograr objetivos personales y colectivos que cada cual por sí mismo nunca conseguiría. Por eso nos organizamos en sociedades jerarquizadas que nos posibilitan esa unidad de colaboración.

Por esto, Nietzsche planteaba que las sociedades consisten en una serie de promesas, explícitas o implícitas, que los miembros del grupo se hacen unos a otros. Para que esto funcione ha de haber alguien con autoridad suficiente para garantizar que esas promesas van a cumplirse y para obligar a que se cumplan. Además, por nuestra propia naturaleza existe una amenaza constante de que los conflictos entre los individuos acaben en violencia si no se establecen límites y puniciones.

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Por todo ello, explicaba Nietzsche, la razón por la cual los hombres eligieron jefes fue el miedo a sí mismos, a lo que podría llegar a ser su vida si no designaban a alguien que les dirigiese y zanjara sus disputas.

Las primeras organizaciones sociales partieron de distinciones evidentes entre unos y otros seres humanos. Las diferencias se aprovecharon en beneficio del grupo: el mejor cazador dirigía la caza, el más fuerte y valiente organizaba el combate o el de mayor experiencia y sabiduría aconsejaba cómo comportarse en las diferentes situaciones. El objetivo era que el grupo funcionase del modo más eficaz posible.

Sin duda la complejidad de las sociedades actuales hace que todo sea mucho más complicado, pero pese a todo deberíamos ser capaces de volver, aunque sea de manera puntual, la vista al pasado para no olvidar la esencia, lo fundamental de nuestro contrato social, aquella visión que nos mantiene juntos: el bien común, la mejora sustancial de nuestras vidas y que para ello el camino es elegir lideres capaces, los mejores en su campo. Esta pequeña historia del tiempo nos debería mostrar que esta es la mejor política, y la que sin duda conduce al desarrollo.

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