César Vallejo a 130 años de su nacimiento: Un repaso por la vida del poeta peruano más universal

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Huaral Pe

Mucho se ha hablado sobre la muerte de César Vallejo, quizás por aquellos famosos versos que presagiaban su propio deceso o también por el velo de misterio que corre sobre sus últimos días en un París abrileño, pero este 16 de marzo, que el poeta peruano hubiese cumplido 130 años, más vale hablar de su vida. A él, ya lo decía, que siempre le gustaba vivir.

Ubicado a más de tres mil metros sobre el nivel del mar, el pueblo de Santiago de Chuco (La Libertad) vio nacer a su vecino más ilustre en 1982, hijo de Francisco de Paula Vallejo Benites y María de los Santos Mendoza Gurrionero. Era el decimosegundo en una familia de raíces españolas, por parte de los abuelos, e indígenas, del lado de sus abuelas.

Fue en aquella provincia andina donde asistió a la escuela primaria, en la que se distinguiría en cursos como Castellano e Historia, y luego, cuando llegó a la secundaria, hizo sus estudios en el Colegio Nacional de San Nicolás, en Huamachuco, donde empezó a mostrar su interés por la literatura y ganó cierta fama entre sus compañeros por su facilidad para versificar.

En abril de 1910, César Vallejo se matriculó en la Facultad de Letras de la Universidad de La Libertad, en Trujillo, aunque, como detalla su biógrafo Stephen M. Hart, «no completó el año» por «carencia de fondos». En 1911, también ingresó a la Universidad de San Marcos, en Lima, pero los problemas financieros impidieron su traslado.

Por ello, hasta 1913, el autor de «Los heraldos negros» se desempeñó en distintos trabajos: como empleado de oficinas de las minas de Quiruvilca, tutor privado de un dueño de minas y asistente de caja en una hacienda azucarera. Pero ninguno de estos empleos lo alejaron de la escritura: cuando a sus 21 años por fin pudo inscribirse de nuevo en la Universidad Nacional de Trujillo, ya había borroneado sus primeros poemas que luego publicaría entre 1914 y 1916 en periódicos locales.

La partida a Lima: «Los heraldos negros»

Durante sus años universitarios, César Vallejo pasaría sus días entre Santiago de Chuco y Trujillo. Se sostenía económicamente como profesor en distintos centros educativos —uno de sus alumnos fue Ciro Alegría— y leía con fervor poesía, sobre todo la escrita por modernistas como Rubén Darío.

Fue por este periodo que también se integró al Grupo Norte, en el que trabó amistad con estudiantes como Víctor Raúl Haya de la Torre, Antenor Orrego y Alcídes Spelucín, y vivió la bohemia trujillana, compuesta por círculos literarios que muchas veces lo desdeñaron como creador.

Entre 1915 y 1918, precisamente, Vallejo escribió buena parte de los poemas que conformaron su primer libro, «Los heraldos negros», publicado recién en Lima, en 1919. Aunque en Trujillo sus versos recibían el desprecio de sus pares, grandes nombres de la poesía peruana reconocían su trabajo.

Así lo hizo José María Eguren, por ejemplo, quien en 1917 le envió una carta en la que admira «la riqueza musical e imaginativa» y «la profundidad dolorosa» de algunas de sus composiciones. «Sus poesías se presentan para un estudio maestro», escribió aquella vez el simbolista.

Como dijo Ricardo González Vigil a RPP Noticias en 2019, en «Los heraldos negros» se ve «un lenguaje nuevo» y «un escritor que consigue asumir su sensibilidad andina, sus raíces, y desde ellas se apropia, transcultura y modifica lo que pueda aprender de la literatura del mundo entero».

Precisamente en 1917, el autor de «Espergesia» decidió migrar a Lima, dejando atrás algunos amores liberteños y los ataques hacia su obra. Al contrario de su tierra, en la capital Vallejo entabló buenas relaciones con el ambiente intelectual de su época, entre ellos, Abraham Valdelomar y José Carlos Mariátegui.

Casi un año después de su llegada, su madre falleció en Santiago de Chuco. Y semanas más tarde, el poeta asumía la dirección del Colegio Barrós. Un empleo que perdería en mayo de 1919, tras vivir un romance con Otilia Villanueva, cuñada de uno de sus colegas. La nostalgia por su tierra natal lo llevaría de regreso, en 1920, a su pueblo.

Prisión en Trujillo y «Trilce»

En agosto de 1920, a César Vallejo se le acusa injustamente de ser el instigador del incendio y saqueo de la propiedad de una familia influyente. Una vez descubierto, tras pretender esconderse, es apresado en noviembre en el calabozo de Trujillo, de donde saldrá 112 días después, en febrero de 1921.

Se sabe que aquel proceso judicial nunca pudo cerrarse y también que el vate pudo salir de prisión gracias a una liberación provisional. Pero desde entonces, no quiso quedarse más en Trujillo y decidió volver a Lima, donde en 1922, en octubre, publicó «Trilce», la obra que renovó la poesía escrita en español y en la que llevó su lenguaje a nuevos niveles de expresión.

Impreso en los Talleres Tipográficos de la Penitenciaría de Lima, «Trilce» fue recibido con un «silencio abrumador», según el biógrafo Hart, en parte porque la literatura vanguardista de la que bebe le permitió componer versos con metáforas oscuras, ambiguas, e incapaces de ser entendidas por el entorno de su época.

A pesar del silencio crítico, sin embargo, César Vallejo continuó publicando sus composiciones: en marzo de 1923 apareció su colección de relatos «Escalas» y en mayo del mismo año su novela «Fabla salvaje». Aquel año volvió a la docencia en el Colegio Guadalupe, pero pronto lo cesaron, y decidió buscar sustento económico como periodista.

Sin embargo, sus tiempos de prisionero en Trujillo todavía lo perseguían y en abril la Corte Suprema de Justicia ordenó el fin de su libertad provisional. Tras meses de evadir la justicia, Vallejo se embarcó en el Vapor Oroya y partió hacia Europa. París, la ‘Ciudad Luz’, lo esperaba. 

Primer tiempo en París

Su arribo a París parecía indicar tiempos de abundancia, pese a que, según André Coyné, el poeta había llegado a la capital francesa con poca ropa, un libro para aprender el idioma y 150 soles, que entonces equivalía a 500 francos, aproximadamente.

Sin embargo, pronto la realidad sería chocante para César Vallejo al pasar estrecheces económicas durante sus primeros años en la ciudad. Vivía de manera magra gracias al periodismo —escribía para el periódico trujillo El Norte y revistas europeas como L’Amérique LatineEspañaAlfar— y la traducción.

Su salud también presentaba signos de delicadeza. En octubre de 1924, por ejemplo, sufrió una hemorragia intestinal que le depararon «días horribles de dolores físicos y abatimientos espirituales increíbles», como le contó en una carta a su amigo Pablo Abril de Vivero.

Pero si su energía y su economía declinaban, no ocurría lo mismo con su capacidad creadora. Entre 1923 y 1929, Vallejo escribió los poemas que después Georgette, a quien conoció en 1927, agruparía bajo el título de «Poemas en prosa».

En 1925, más recompuesto, el poeta empezó a colaborar con otros medios, como la revista limeña Mundial, y hasta obtuvo una beca para culminar sus estudios universitarios de Derecho en España. Así, hasta 1927, tuvo estancias en Madrid, que entraron en pausa, pues en octubre renunció a la asignación.

Al año siguiente, conoció a la francesa Henriette Maisse, con quien vivió hasta octubre de 1928. Y a partir de 1929, haría lo propio con Georgette, con quien viajó por segunda vez a Rusia, desde donde escribiría una serie de crónicas que salieron publicadas en El ComercioVariedades Mundial.

España, Rusia y muerte en la ‘Ciudad Luz’

El 9 de abril de 1930, publicaron en Madrid una segunda edición de «Trilce». César Vallejo viajó a la capital española, donde recibió un pago y acuñó amistad con el poeta Gerardo Diego. En junio regresó junto con Georgette a París, pero en diciembre, debido a sus actividades políticas relacionadas con el comunismo, las autoridades francesas le piden que abandone el país.

Así, el vate y su compañera volvieron a Madrid, donde su situación financiera entra en otro momento de precariedad. En 1931, Vallejo se afilió al Partido Comunista Español y escribió, aquel año, su cuento «Paco Yunque» y su novela «El Tungsteno». En mayo, finalmente, pudo regresar a Francia, que dieron paso a una intensa actividad literaria, según Hart, y en octubre, tras su último viaje a Rusia, publicó su diario de viaje «Rusia en 1931», que fue un éxito en ventas.

Establecido en Madrid hasta 1932, Vallejo había tenido una intensa vida política y literaria hasta el momento, pese a las negativas de editores españoles por publicar su sobras de teatro o sus crónicas. Luego retorna a París, donde en 1934 se casa con Georgette. Con el estallido de la guerra civil española, en 1936, prepara una serie de composiciones que serán recogidas en «España, aparte de mí este cáliz».

En abril de 1938, el vate comenzó a sufrir «un acceso de hipo que no podía detener», de acuerdo con su biógrafo. El padecimiento se agravó con los días: fiebres altísimas atacaban el cuerpo de César Vallejo y un 15 de abril, falleció a las 9:20 de la mañana.

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